El pasado 27 de junio, en el marco de nuestra fiesta Shakirosita, vivimos una noche inolvidable. Música, lágrimas, perreo emocional y una sorpresa que nadie vio venir: Shakibecca, la doble internacional (y polémica) de Shakira, subió al escenario y se lo comió con papas, con ketchup claro.
Fue alegría pura. Energía. Tributo. Una celebración del poder de una mujer que ha marcado generaciones con su voz y su cadera. Pero al día siguiente, el escenario se trasladó a TikTok… y fue otra historia. 542 comentarios. Más de 500 de puro hate.
Y entonces, me lo pregunté:
¿Qué hizo Shakibecca para merecer esto?
Porque si fuera un doble de Luis Miguel o de Nodal, estaríamos diciendo “¡Qué parecido!”, “¡Qué artista!”, “¡Bravo!”. Pero como es mujer –y como osa parecerse a una de las mujeres más admiradas del planeta–, la reacción fue otra: juicio, burla, rabia, rechazo.
¿Será que no toleramos ver a una mujer imitando a otra poderosa porque nos confronta con lo que no nos hemos permitido ser?
¿Será que lo que molesta no es ella, sino el atrevimiento de parecerse a una reina?
Y si es así, ¿qué dice eso de nosotras, de nosotros?
¿Por qué odiamos tan fácil a quien se atreve a brillar, aunque sea con luz prestada?
Este blog no busca defender a Shakibecca. Ella no necesita defensa: lo hizo increíble. Esto es para reflexionar sobre el espejo que a veces se sube al escenario. Sobre ese reflejo que incomoda.
Porque quizás lo que odiamos no es a la otra, sino a la versión de nosotras mismas que no hemos tenido el valor de aplaudir.
¿A quién estás imitando sin darte cuenta?